Las credenciales son las feromonas que secretamos para atraer profesionalmente a terceros. Son señales representativas que emitimos para que otros las capten y se creen una opinión profesional positiva sobre nosotros. ¿Estudió Ingeniería en una universidad pública? Es trabajador y apto para los números. ¿Creó una empresa exitosa empezando de la nada? Es trabajador e inteligente. ¿Sacó matrícula en economía financiera? Le motiva lo aburrido.
Las credenciales son una heurística útil. Con poca información uno se sitúa sobre quien tiene delante. Es importante porque los humanos tenemos un fuerte instinto a opinar sobre las personas. Tiene sentido. El advenimiento del habla impuso unas dinámicas de poder muy específicas a los humanos. En una manada de lobos manda el macho alfa, y los demás miembros se someten a su fuerza. En una tribu de personas no manda el más fuerte, sino el que suscita adhesión, ya que un macho omega (o hembra) y dos esmirriados pueden conspirar, tender una trampa y matar al macho alfa. El cotilleo y la conspiración pueden significar el final del más fuerte. Es algo que no puede ocurrir en el mundo animal. Así, los que se preocupaban por tener buena reputación para evitar ser relegados o expulsados sobrevivían y procreaban más, y nosotros, hoy, somos sus descendientes. Por eso la reputación nos obsesiona un poco a todos.
Cada momento histórico tiene sus códigos y credenciales. Así, en el Reino Unido del siglo XIX, la máxima credencial era haber servido con Wellington o Nelson y, en la España de los 70, 80 y 90, ser exministro. También varían según el sitio: en la Barcelona de mi juventud nadie sabía qué era Icade, carrera cotizada en el Madrid financiero, y hoy en Madrid nadie sabe qué fue Clúster, credencial de alto voltaje en la Barcelona tecnológica.
Todo apunta a que los ataques de los hutíes siguen instrucciones de un tercer país
Así, las personas intentan crear credenciales consideradas buenas. Esto condiciona qué estudiamos, qué trabajos aceptamos y qué partes de nuestra vida explicamos. También incentiva el uso interesado y hasta fraudulento de las credenciales: hacer un curso de 15 días en una universidad americana y presentarlo como un máster o usar marcas de una empresa como una placa de policía, aun habiendo sido solo becario. También hay que ser consciente de que las personas esconden sus anticredenciales, los hechos tóxicos. Nadie pone en su CV “mentiroso habitual y ladrón oportunista”.
Además, no hay que confundir los faros con la costa o las credenciales con la capacidad. Tampoco hay que asumir, en el caso de las anticredenciales, que la ausencia de evidencia es evidencia de ausencia. Para tener una opinión seria sobre alguien, hay que saber qué representan realmente sus credenciales; tratar de evitar a los impostores, ese moho que todo lo quiere infestar; pedir referencias a fuentes fiables y no precipitarse con las opiniones.
Pasa algo muy parecido con los países. Utilizan credenciales y evitan las anticredenciales. Tenemos, por ejemplo, a los rebeldes hutíes intentando hundir mercantes pacíficos y matar a sus marineros. Hoy, un país nunca querría una anticredencial así. Es sabido que los hutíes utilizan tecnología de un tercero, ya que la doctrina y tecnología balística tierra-mar requiere conocimientos que Yemen no tiene. Todo apunta a que, además, siguen instrucciones de ese tercero con el que tienen una relación sinalagmática. Si es así, sería el caso de un macho omega manipulando a otro con astucia para evitar una anticredencial, una maquinación muy humana. Sepámoslo.
Artículo escrito por Marc Murtra y publicado en La Vanguardia: ¿Es Yemen un macho omega?